lunes, enero 13

Ruinas sin hielo en mi copa.

Tercera noche de insomnio consecutiva.
Solo jazz y soul en la sala.
El ciclo nocturno ya se ha acostumbrado a mis suspiros agónicos. Cada vez me odia menos.
No hay ron en la vitrina. Joder, ¿qué puto día es hoy?
La vida no deja de obsequiarme con mierda. Aún así no pierdo la fe. No sé si sabéis lo que es sentir que estás en la azotea del edificio más alto de Nueva York, desde donde alguien te empuja y caes a una velocidad de vértigo hasta estallar contra el suelo - ese sitio por el cual circulan los mediocres sin sueños -, partiéndote en diminutas partículas cargadas de miedo y rabia, emulsionadas con una nostalgia tan desagradable como artística, tan nociva como yo.
Si buscas bien, hasta en la mierda puede haber cosas buenas. Si te das cuenta, para las moscas es un puto manjar. Como cuando tu piel rabia de picor y entra en contacto con una superficie fría, casi helada. Pero yo estoy cansado de buscar.
La impotencia se apodera de mi cuerpo, perdido e inmóvil en mitad de la selva. Mientras, mi corazón permanece esparcido entre los restos nucleares de Chernobyl, hecho añicos, como las ruinas de Roma. Solo que este es una ruina sin valor, sin interés público ni privado.
Quién fuera poseedor de las arenas de Persia para volver atrás, revivir cada efímero suspiro de placer. Rememorar cada roce de sus yemas en mi espalda, cada dedo enredado en mi pelo.
Almirante hasta echar la pota. Mayaray hasta acabar la botella. Barceló hasta, no. No renta.
No necesito hielo, mi cuerpo ya está frío, como el iceberg que hundió el Titanic. No hay ardor que no soporte. Qué diferencia entre corazones rotos o enteros, vacíos o llenos. Esto no es vodka en Rusia. No importa si café en Londres o absenta en París.
Musa, ven y llévame contigo, déjame dormir entre tus piernas, que mis párpados son hielo y mis ojos arden en invierno. Acaricia mi pelo. No hay ron que huela como tú, cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario