miércoles, agosto 20

Palabras estériles.

Hace una hora y media que cogí cuaderno y boli pensando escribir una letra. Aún no he escrito una sola palabra. No me concentro en nada. Recuerdo todo lo que (no) ha existido. Imagino y deseo a demasiadas revoluciones por minuto. Volver a cada momento en el que seríamos infinitos a pesar de vivir a contrarreloj. Pero no. No nos dejan; y hasta la luna se ha cansado de mi mirada perdida.

Es como si hubiera cien puertas del infierno al cielo y yo hubiera derribado noventa y nueve.
Pero no me quedan llaves. La puerta es de piedra maciza. Imposible de saltar, bordear y derribar. Solo puede abrirla una persona que está detrás. Sabe que he venido, que he derribado noventa y nueve puertas solo para pasar por esa. Pero se ha sentado en una silla. Ha anclado un tablón de madera en la mirilla y se ha colocado tapones en los oídos. No me conoce, pero no quiere que pase.
Los días sí pasan. Se rumorea que mientras duermo tirado en el suelo frente a esa puerta, esa persona se levanta de la silla, arranca el tablón para observar por la mirilla cada movimiento, se quita los tapones e intenta escuchar todo lo que sucede. Cuando estoy apunto de despertar ancla de nuevo el tablón, se coloca los tapones y se sienta en la silla.
Realmente no sé qué hacer para que me escuche y abra esa puerta. Hasta he intentado plantearle entrar solo un día cada muchos, o darme a conocer para que se fíe. Es como si le regalaran la tierra más productiva posible y decidiera echar sal sobre cada centímetro de esta. Parece que la puerta de piedra crezca cada día un poco más, que cada día sea más difícil de atravesar. Imposible.

Pero aquí sigo, escribiendo pura verborrea estéril. Encogiendo mis entrañas. Consumiendo segundos como si de la ceniza de vuestros cigarros se tratara. Yo no creía en el destino, de verdad que no creía. Pero lo que si que no me creo es que ella sea casualidad. La echo de menos, hasta límites que pocos habrán descubierto. Cuando creí que sería imposible levantarme apareció; en el momento justo. Hoy estoy de pie, pisando más fuerte que nunca, y jamás dejaré que ella caiga. Y joder, si algo me ha enseñado esto, es que lo imposible solo tarda un poco más, y esa puerta va a caer tarde o temprano. Nos veremos en nochebuena.

Por ese encuentro sin billete de vuelta.

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