jueves, octubre 24

Nostálgica rutina.

Llega un momento en la vida de toda persona en el que quiere superarse, ser mejor de lo que es. Un momento en el que quiere llegar a ser algo con lo que sentirse bien. En mi caso han sido muchos momentos y nunca han funcionado. Es como cuando pasa tu tren y no lo coges; a veces porque te distraes, otras porque no corres lo suficiente como para subirte, y otras porque sencillamente deja de ser el tuyo, cambias de dirección. Hoy, de madrugada -como casi siempre que escribo-, vuelve a ser uno de esos momentos. Pues bien, esto no tiene nada que ver con el tema de hoy.
Sigo mal. Ya, no es ninguna novedad. Salí a la calle y fue como si en ese mismo instante, mientras salía del portal, me cayese encima un puto piano desde la azotea del edificio. Así tal cual, tan poético, tan musical. Aún así, seguí caminando lentamente, con los auriculares bajo el gorro.
<<Escribo cuando estoy jodido, de ahí el vicio diario.>>
No sabía si mirar el suelo o a la multitud con la que me cruzaba. El viento era fuerte, al menos me hacía compañía -no quedaba mal combinado juntos a mis ojos tan irritados como relajados, típicos de ese momento en el que podrías romper a llorar pero aguantas-. Llegué al puerto, me senté en el muelle y miré el mar. Me dolía. Y no sabéis qué asco me daba, y me doy.
<<Fuiste tan París y yo soy tan Chernobyl.>>
No podía, tenía que volver. Fui y saqué el puto billete. Allí al menos tendría un motivo para sonreír. Si buscáis moraleja, no la hay, al menos para vosotros. Ella es mi moraleja.
Me acabo de dar cuenta de que quedan dos meses para Navidad.
Hoy no quiero un cigarro; hoy quiero un abrazo.
Y ron. Mierda.
<<...>>

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