sábado, noviembre 30

Otoño.

Otoño. Finales de Noviembre. Frío. Mucho frío.
Camino observando como caen las últimas hojas de los árboles. El viento acaricia mi sudadera, y ésta, a mí. Música en mis oídos. Todo es precioso. La gente ya no sabe de qué quejarse. Claro que hace frío, que unas putadas suceden a otras. Claro que todo está hecho una mierda. Pero lo estamos sintiendo.
Qué sería de la poesía, de los libros, de las canciones, de las películas. No habría nada de lo que amamos sin la nostalgia, sin el desamor, sin las ganas de saltar de un puente deseando que alguien aparezca y nos detenga en el último momento. La inspiración tiene que venir de algo.
Ayer creía que sabía escribir. Hoy me siento un cutre y penoso intento de escritor.
Parece que la vida es un infierno. En realidad nos gusta ser tristes. Nos gusta sufrir, somos masoquistas. O gilipollas. -Los que van de tristes son auténticos gilipollas.- El verdadero arte nace del dolor. Amamos sentir algo que podemos plasmar. Duele tanto que nos encanta. Vivimos en un puto estado de ambivalencia tan insoportable que no queremos salir de él.
Joder, qué frío. Las putas siguen en sus esquinas. El millonario en su chalé, con la calefacción por las nubes. La capucha solo deja entrever mi rostro. No llueve. Mi aliento se hace cada vez más visible. Ojalá pudiera calentar sus dedos. Los míos ahora no importan.
No hay inspiración para el que no siente. No hay frío para el que no siente.
Camino observando como caen las últimas hojas de los árboles.
No hay Otoño para el que no siente.

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